Premiado
en 2011 por la Fundación Mario
Benedetti, con su publicación en la primer edición de la Revista Literaria
“Inéditos”
Porque se está sólo
ahí,
porque en la locura y
la muerte
se está sólo,
porque hay un ojo
fijo,
incambiado que acecha
sin sentido,
yo quiero ahora
abrazarnos,
y siquiera nomás,
hablar de cómo cambia
el cielo.
Líber Falco
Son las siete de la mañana de un día
más. Los horarios apenas se dibujan por
el sonido de la chicharra, el ruido de los platos de lata, las puertas que se
abren y se cierran y los gritos desesperados.
Los gritos. No hay dos iguales.
Aquí casi todos nos
entregamos a la obsesión por caminar de un lado a otro, conversando, circulando
apresuradamente o como yo, hablando
solo, hablándote. “Es para creerse que uno está en la calle”, bromean algunos.
“Estos compañeritos quieren ejercitar las articulaciones para no quedar lisiados”,
se mofan otros. Porque aunque te parezca
mentira, en este satélite artificial inmóvil a diez metros del suelo, con un
edificio central y cinco barracas —cada una con dos alas que no se comunican
entre sí —hay bocanadas de humor y de risa que nos permiten continuar vivos.
Los recreos, las cartas y alimentos que nos llegan de la familia una vez por
semana y los libros, son nuestro sustento para paliar el aislamiento. Cuatro libros por celda individual es el
máximo. Y yo, converso contigo para decirte que no pierdo las esperanzas de
reencontrarnos.
Vengan, vengan, “el Francés”
nos lleva al aeropuerto. ¡Olvidé los
microfilms! las fotos, vayan saliendo, ya las alcanzo. Latidos, latidos,
palpitaciones, el pecho estalla, adiós, adiós, tu pelo mi pelo, tu boca mi
boca, tus manos mis manos, besos, abrazos, ¿abrazos? Las botas, las botas,
metralletas, murallas, y hierros, soledades, esperanzas muertas. Los mato, me matan.
Escribirte
en este cuaderno y criar a nuestra hija son los dos motivos que me permiten
continuar viva. Nanai me ha dado la fuerza que necesito y cuando llego al fondo
del pozo es ella quien logra remontarme a la superficie. Floto en “el agua siempre turbulenta”. Si la vieras... ¡Está linda y grande! La
semana pasada comenzó la escuela; su primer año y allá fue contenta con su
túnica blanca. La inscribí en la
Ricardo Flores Magón porque nos mudamos a Coyoacán y
ahora vivimos a tres cuadras de esa Escuela.
Sí, nos mudamos al barrio de Frida y su casa Azul. A sus pinceladas primero lúgubres y dolorosas
que fueron tomando colores intensos cuando se enamoró de Diego.
Continuamos
recibiendo la ayuda de Pepe Polanco, el Negro Urrutia y sus mujeres que son
ahora nuestra familia. Sigo trabajando
con las traducciones y ahora agregué la repostería, más el dinero que nos mandan
mis padres, nos arreglamos para vivir con lo indispensable. Tu mamá nos llama
cada dos semanas y nos da alguna noticia tuya.
La celda es húmeda y fría. Pequeñísima.
Una colchoneta de paja tirada en el piso de cemento y una pelela celeste son mi mobiliario. “Niñitos, aquí no van a ir al baño más que a
la hora del recreo y para la ducha cada dos días”.
Luego, se cierran puertas
y candados. El silencio nos aturde. Cada
uno se queda consigo mismo.
Nanai
pregunta: “¿Por qué papá no vino con nosotras? ¿Dónde está?” Y no sé cómo
explicarle que no estás por causa de una cruda guerra de ideas, por pensar
diferente y querer cambiar el mundo. “¿Cuándo vendrá papá?”
A veces alguien silba una canción, otro se
suma y otros. Nuestros silbidos derriban
puertas, candados, murallas, y nadie lo puede impedir. Ese es nuestro triunfal abrazo.
La
ciudad me gusta cada vez más. Sus calles
están pobladas de centros culturales, con exposiciones, museos, galerías de
arte y ruinas aztecas prodigiosas. En cada cuadra, encuentro alguna puerta
abierta y recuerdo lo que siempre decías: “Si ves una puerta abierta,
entrá”. El cuerpo se me riega de asombro
y sorpresa porque al traspasarla, encuentro maravillas inimaginables de tribus indígenas. Ruinas. Kahlo, “Las dos
Fridas. Diego en mi pensamiento. Diego y yo. Frida con el cuerpo mutilado”. Ando amor, ando,
como Frida, con el cuerpo mutilado. Como un espectro que está aquí y allá. Allá, mi amado Diego, dónde sea que
estés.
Los libros ahora están cautivos. Nuestro mayor logro, la biblioteca, que nos
llevó un año armarla, la clausuran.
Dicen, temporalmente. Doce mil
libros, aporte constante de nuestras familias que nos ocupamos de ordenar,
armar ficheros, archivar los formularios que nos permiten saber a quién se le
entregó cual libro y en qué día, todos forrados con nylon, también están
presos. Me estoy volviendo loco...
¿Ya te había contado ésto?
Nanai
adora los parques. Pasamos muchas tardes
en el Parque de Hidalgo o en la feria de Chapultepec, esperándote. Estoy partida al medio entre el norte y el
sur, entre este pueblo que me acoge en la supervivencia y los uniformes que nos
obligan a desaparecer de nuestra tierra.
Nuestro paisito... en el futuro, la felicidad tiene que estar en el sur, pero quizá lo que soñamos siempre esté en un
lugar distante y diametralmente opuesto. Cada día me pregunto si aun estás vivo
y el mundo se pone infinitamente ancho y triste.
Falco,
Onetti, Galeano, Espínola y Benedetti están censurados y en un container que
oficia de crematorio, dicen que están las cenizas de Freud, Brecht y Proust
entre otros. Quemar un libro es quemar a un hombre, a dos, a millones. Nos carbonizan...Que ironía, ¿no? Como al
Quijote cuando le quemaron sus libros, incluso los de un tal Cervantes. El
bibliocausto más atroz que podamos imaginar. Paco, Juan Carlos, Eduardo, Líber y
Mario. Repito sus nombres en voz alta para
que nadie pueda alejarnos y recito partes de poemas. Como dijo Mario:
“...alguien quiso ser
justo
no tuvo suerte
es difícil la lucha
contra la muerte
alguien limpia la celda
de la tortura
lava la sangre pero
no la amargura.”
Nos prohíben leer. Nos apartan del mundo y roban una parte de
nuestro ser. Debilitarnos es la táctica
y, cuando estamos en el límite de nuestras fuerzas, nos dan algún respiro, como
la comunicación por parlantes o el cine para recobrar algo de energía y luego
apretarnos otra vez. Seguimos
resistiendo las torturas y cada tanto un compañero desaparece. Si preguntamos
dónde está, no responden o dicen que fue trasladado. ¡Esos hijos de puta no
lograrán que hable! Perdóname amor, hace
siglos que no te digo que te amo.
El
sábado le haré un pequeño festejo de cumpleaños a Nanai. Apenas vendrán tres compañeritas de la
escuela y nuestros amigos. Una torta de
chocolate con seis velitas. “¿Papá va a
venir para mi cumpleaños?”
Se
me hace un nudo desde la garganta hasta el estómago y el frío mustio de tu
ausencia se torna insoportable.
Intento imaginar la carita de nuestra pequeña,
su voz, su estatura y los abrazos apretados que hace año y medio no le puedo
dar. Te pido perdón por el tiempo de
ausencias presentes y pasadas, por los
innumerables días que estando juntos no
lo estábamos debido a mis reuniones y viajes por la causa, por lo que fuimos y
no supimos, por lo que quisimos ser y no pudimos.
Camino por el patio, aun
con rastros de sangre de ayer. Allí fue “el gran circo”, justamente donde todos
pudimos ver y oír a un grupo de presos corriendo desnudos, con las manos atadas
por alambres de púa y perseguidos por una jauría de perros. Pedazos rojos, perros babeando sus piernas
hasta el silencio final.
Acabo
de hablar por teléfono con tu madre. Te extraño
y la extraño, también a mi familia, a los amigos, al paisito, al aire
montevideano y a nuestro cielo, porque aquí
el cielo es otro y a decir verdad, una
nunca se acostumbra al desarraigo. Me
alegró saber que tus padres no han bajado los brazos ni un solo día, que
continúan luchando con los abogados, y moviendo los hilos de la justicia para obtener tu
libertad.
Laura, mi amor...miro al cielo con la
esperanza de divisar una bandada de pájaros azules y alas tiernas que lleven
mejores pensamientos hasta dónde se
encuentren y toquen a tu puerta. Pájaros
azules, nuevos colores.
Diego,
por momentos me broto de esperanza.
Rezo todas las noches por tu vida, y por el calor de nuestros cuerpos
enlazados en un interminable abrazo antes de que sea demasiado tarde.
Esta
vez te hablo sin poder caminar. Hace una
eternidad que estoy de pie, quizá haya pasado un día o dos, o dos días y una
noche, o dos noches y dos días, o simplemente un día y ninguna noche. No lo sé porque aquí el tiempo pasa
repentinamente de lo breve a lo extenso y de lo extenso a la brevedad más
acuciante. Estoy en un calabozo de un
metro por un metro, en oscuridad total con pies atados y manos esposadas, sin
agua ni comida. Un milico me vigila por una
rendija finita de la puerta. Con ese hilo
de luz, cuento que arriba hay cincuenta
y cuatro agujeros por los que pasa el mínimo de aire. No tengo casi fuerza para
hablarte, ni para pensar. No nos dejan
pensar. ¡Por favor, guardia, un sorbo de
agua!
Querido, ¿cómo decirte que se me perdió lo
más valioso de nuestras vidas? ¿Con qué palabras? Hace dos días que “no respiro”, no duermo, no
vivo. Nanai, el parque, mis gritos, tus
gritos, escucho tus alaridos buscándola. ¿Cómo puedo escucharte gritar? Mi nena
dónde está, secuestro, nuestra hija, me
muero, te mueres, policía, no paro de gritar.
Mi nena, ¿Qué le han hecho? ¿Qué le han hecho? ¿Dónde está?
“Preparáte,
vas de paseo, no hables y no preguntes nada” Así sonó de autoritaria la voz de
un guardia. Con las manos esposadas y
ojos vendados me condujeron a un auto junto con otros dos presos
políticos. En el trayecto pude reconocer
por sus respiraciones y el carraspeo de gargantas, que se trataba de Beto
y Tulio. Hemos aprendido a reconocernos sin
usar nuestras voces, agudizando otros sentidos, por el oído y hasta por el
olfato. Nos hicieron subir a una
avioneta. El temblor de los tres, sacudía
el aire. No podíamos parar. Recé... Recé... Me despedí. El Beto no se controló
y gritó “¿A dónde nos llevan?” “Al mar”
contestó una voz de ultratumba.
¿Qué
le han hecho? ¿Qué le han hecho? ¿Dónde está?
Diego, ¿dónde estás?
Contraorden, volvimos al penal. Desde el patio, el paisaje externo es siempre
el mismo, un yermo de metal y rejas poblado de soldados, perros policía,
garrotes y estrictos reglamentos. Lo único que podemos hacer es inventarnos la
realidad. Nombramos lo que no existe para que comience a existir. Me contaba “el Pato”, un preso común
encargado de servirnos un agua sucia sobre la que flota un puñado de lentejas o
un cucharón de polenta desabrida, que
lo que él hacía cuando supo que nació su hijo, era concentrarse en la
meditación para salirse del cuerpo porque de esa forma podía atravesar la
muralla y penetrar en su rancho todas las veces que quisiera para ver crecer a
su niño. Esta noche, en el dolor del
silencio, lo intentaré. Espérame amor, espérame
hijita mía.
Hace más de tres años que no abro este
cuaderno. El sentimiento de pérdida y de culpa se mezclan
en una mochila demasiado pesada de llevar. Acordamos con tus padres cuando me dieron el
alta en la clínica psiquiátrica que nada te dirían hasta que salieras en
libertad para no agregar sufrimiento a
tu calvario. Sé que estás vivo, que has resistido y que las visitas fueron tan
restringidas que apenas se han visto un par de veces en todo este tiempo. Decías que valía la pena esta guerra por un
mundo mejor y más justo, por una sociedad más equilibrada. Te entiendo y sé que seguirás luchando por
esos ideales. ¿A dónde nos llevaron esos
ideales? Pagamos un precio demasiado
alto. ¿Valió la pena? Todavía no sabes
que la hemos perdido...
¡Laurita, Laurita! Vino un guardia y me
dijo: “Preparáte, agarrá rápido tu cosas que te vas”. “¿Me van a dejar libre?” “Parece que sí, falta un trámite en la fiscalía, luego volvés
a recoger tus pertenencias y a tu casa”.
Me he quedado sola. Mi culpa, mi culpa, me muero. El parque, el
parque. Su muerte, mi muerte...
Grito
una eufórica despedida a los compañeros.
Avanzo lentamente, aunque a punta de rifle me exigen apurarme. Intento ver
rostros y manos que se agitan a través de las rejas. Alguien comienza a
silbar. Otro lo sigue y otro. Silban una tonada que reconozco hasta que
alguien se anima a deletrear la canción y muchos se unen a coro cantando
bajito:
“...si estamos lejos como
un horizonte
si allá quedaron árboles y
cielo
si cada noche es siempre
alguna ausencia
y cada despertar un
desencuentro.
Y con ellos canto:
...cantamos porque el río
está sonando
y cuando suena el río /
suena el río
cantamos porque el cruel
no tiene nombre
y en cambio tiene nombre
su destino.
Bajo las escaleras y
camino rápido, lo más veloz que mis huesos me permiten, no sea que alguien de
la contraorden. El portón se abre, el
sol me encandila y a lo lejos apenas distingo la silueta de mi madre. Camino hacia ella, y mientras lo hago, temblando,
declaro que amo las luchas que tuvimos, las derrotas y las pequeñas victorias.
Declaro al viento, al Río da la
Plata que baña nuestras costas y al Río de los Pájaros
Pintados que nos bordea, al Cerro Catedral y al de las Ánimas, a la fertilidad
de estas tierras y a la humedad de donde vengo:
Declaro a los secretos de la vida y de la muerte, al ondular de luz y de
sombra, a todos los tiempos: al que se fue, al que vivimos, al que vendrá,
declaro que te amo y que fui dejando de decirlo porque en mi pecho, se fueron anudando
miedos, cuerpos torturados, gritos y noches silenciosas sobre baldosas tristes.
Ya no
tengo motivo para permanecer aquí. Hoy empiezo a deshacer la casa para volver
al Sur sin saber qué será de mi vida o de las nuestras si algún día te dan la
libertad. Porque fuimos derrotados,
porque nunca seremos los mismos, porque ya no existimos.
Estoy a diez metros del portón, a
diez metros de abrazar a mi madre. Libre.
Ya voy Laurita, en pocos días volaré al Norte. Iré a tu encuentro y al de mi
querida niña con su túnica blanca y los bucles dorados.
Nanai, ¡Volaré...! y mientras las nombro, en la inmensidad del universo, declaro que las
amo.