miércoles, 21 de junio de 2000

BIBLIOCAUSTO


Premiado en 2011 por la Fundación Mario Benedetti, con su publicación en la primer edición de la Revista Literaria “Inéditos”

Porque se está sólo ahí,
porque en la locura y la muerte
se está sólo,
porque hay un ojo fijo,
incambiado que acecha sin sentido,
yo quiero ahora abrazarnos,
y siquiera nomás,
hablar de cómo cambia el cielo.

Líber Falco

     Son las siete de la mañana de un día más.  Los horarios apenas se dibujan por el sonido de la chicharra, el ruido de los platos de lata, las puertas que se abren y se cierran y los gritos desesperados.  Los gritos.  No hay dos iguales.   
Aquí casi todos nos entregamos a la obsesión por caminar de un lado a otro, conversando, circulando apresuradamente o como yo,  hablando solo, hablándote. “Es para creerse que uno está en la calle”, bromean algunos. “Estos compañeritos quieren ejercitar las articulaciones para no quedar lisiados”, se mofan otros.  Porque aunque te parezca mentira, en este satélite artificial inmóvil a diez metros del suelo, con un edificio central y cinco barracas —cada una con dos alas que no se comunican entre sí —hay bocanadas de humor y de risa que nos permiten continuar vivos. Los recreos, las cartas y alimentos que nos llegan de la familia una vez por semana y los libros, son nuestro sustento para paliar el aislamiento.  Cuatro libros por celda individual es el máximo.  Y yo, converso contigo  para decirte que no pierdo las esperanzas de reencontrarnos. 
Vengan, vengan,  “el Francés”  nos lleva al aeropuerto.  ¡Olvidé los microfilms! las fotos, vayan saliendo, ya las alcanzo. Latidos, latidos, palpitaciones, el pecho estalla, adiós, adiós, tu pelo mi pelo, tu boca mi boca, tus manos mis manos, besos, abrazos, ¿abrazos? Las botas, las botas, metralletas, murallas, y hierros, soledades, esperanzas muertas.  Los mato, me matan.

     Escribirte en este cuaderno y criar a nuestra hija son los dos motivos que me permiten continuar viva. Nanai me ha dado la fuerza que necesito y cuando llego al fondo del pozo es ella quien logra remontarme a la superficie.  Floto en “el agua siempre turbulenta”.  Si la vieras... ¡Está linda y grande! La semana pasada comenzó la escuela; su primer año y allá fue contenta con su túnica blanca.  La inscribí en la  Ricardo Flores Magón porque nos mudamos a Coyoacán y ahora vivimos a tres cuadras de esa Escuela.  Sí, nos mudamos al barrio de Frida y su casa Azul.  A sus pinceladas primero lúgubres y dolorosas que fueron tomando colores intensos cuando se enamoró de Diego.
Continuamos recibiendo la ayuda de Pepe Polanco, el Negro Urrutia y sus mujeres que son ahora nuestra familia.  Sigo trabajando con las traducciones y ahora agregué la repostería, más el dinero que nos mandan mis padres, nos arreglamos para vivir con lo indispensable. Tu mamá nos llama cada dos semanas y nos da alguna noticia tuya. 

     La celda es húmeda y fría.  Pequeñísima.  Una colchoneta de paja tirada en el piso de cemento  y una pelela celeste son mi mobiliario.  “Niñitos, aquí no van a ir al baño más que a la hora del recreo y para la ducha cada dos días”. 
Luego, se cierran puertas y candados. El silencio nos aturde.  Cada uno se queda consigo mismo. 

     Nanai pregunta: “¿Por qué papá no vino con nosotras? ¿Dónde está?” Y no sé cómo explicarle que no estás por causa de una cruda guerra de ideas, por pensar diferente y querer cambiar el mundo. “¿Cuándo vendrá papá?”

     A veces alguien silba una canción, otro se suma y otros.  Nuestros silbidos derriban puertas, candados, murallas, y nadie lo puede impedir.  Ese es nuestro triunfal abrazo. 

     La ciudad me gusta cada vez más.  Sus calles están pobladas de centros culturales, con exposiciones, museos, galerías de arte y ruinas aztecas prodigiosas. En cada cuadra, encuentro alguna puerta abierta y recuerdo lo que siempre decías: “Si ves una puerta abierta, entrá”.  El cuerpo se me riega de asombro y sorpresa porque al traspasarla, encuentro maravillas inimaginables de  tribus indígenas. Ruinas. Kahlo, “Las dos Fridas. Diego en mi pensamiento. Diego y yo.  Frida con el cuerpo mutilado”. Ando amor, ando, como Frida, con el cuerpo mutilado. Como un espectro que está aquí y allá.  Allá, mi amado Diego, dónde sea que estés. 

    Los libros ahora están cautivos.  Nuestro mayor logro, la biblioteca, que nos llevó un año armarla, la clausuran.  Dicen, temporalmente.   Doce mil libros, aporte constante de nuestras familias que nos ocupamos de ordenar, armar ficheros, archivar los formularios que nos permiten saber a quién se le entregó cual libro y en qué día, todos forrados con nylon, también están presos.  Me estoy volviendo loco...  
¿Ya te había contado  ésto? 

   Nanai adora los parques.  Pasamos muchas tardes en el Parque de Hidalgo o en la feria de Chapultepec, esperándote.  Estoy partida al medio entre el norte y el sur, entre este pueblo que me acoge en la supervivencia y los uniformes que nos obligan a desaparecer de nuestra tierra.  Nuestro paisito... en el futuro, la felicidad tiene que estar en el sur, pero quizá lo que soñamos siempre esté en un lugar distante y diametralmente opuesto. Cada día me pregunto si aun estás vivo y el mundo se pone infinitamente ancho y triste.     
        
   Falco, Onetti, Galeano, Espínola y Benedetti están censurados y en un container que oficia de crematorio, dicen que están las cenizas de Freud, Brecht y Proust entre otros. Quemar un libro es quemar a un hombre, a dos, a millones.  Nos carbonizan...Que ironía, ¿no? Como al Quijote cuando le quemaron sus libros, incluso los de un tal Cervantes. El bibliocausto más atroz que podamos imaginar.  Paco, Juan Carlos, Eduardo, Líber y Mario.  Repito sus nombres en voz alta para que nadie pueda alejarnos y recito partes de poemas. Como dijo Mario:

  “...alguien quiso ser justo
  no tuvo suerte
  es difícil la lucha
  contra la muerte

  alguien limpia la celda
  de  la tortura
  lava la sangre pero
  no la amargura.”

   Nos prohíben leer.  Nos apartan del mundo y roban una parte de nuestro ser.  Debilitarnos es la táctica y, cuando estamos en el límite de nuestras fuerzas, nos dan algún respiro, como la comunicación por parlantes o el cine para recobrar algo de energía y luego apretarnos otra vez.  Seguimos resistiendo las torturas y cada tanto un compañero desaparece. Si preguntamos dónde está, no responden o dicen que fue trasladado. ¡Esos hijos de puta no lograrán que hable!  Perdóname amor, hace siglos que no te digo que te amo.    

          El sábado le haré un pequeño festejo de cumpleaños a Nanai.  Apenas vendrán tres compañeritas de la escuela y nuestros amigos.  Una torta de chocolate con seis velitas.  “¿Papá va a venir para mi cumpleaños?” 
Se me hace un nudo desde la garganta hasta el estómago y el frío mustio de tu ausencia se torna insoportable.     

     Intento imaginar la carita de nuestra pequeña, su voz, su estatura y los abrazos apretados que hace año y medio no le puedo dar.  Te pido perdón por el tiempo de ausencias presentes y pasadas, por  los innumerables días que  estando juntos no lo estábamos debido a mis reuniones y viajes por la causa, por lo que fuimos y no supimos, por lo que quisimos ser y no pudimos.
Camino por el patio, aun con rastros de sangre de ayer. Allí fue “el gran circo”, justamente donde todos pudimos ver y oír a un grupo de presos corriendo desnudos, con las manos atadas por alambres de púa y perseguidos por una jauría de perros.  Pedazos rojos, perros babeando sus piernas hasta el silencio final.

  Acabo de hablar por teléfono con tu madre.  Te extraño y la extraño, también a mi familia, a los amigos, al paisito, al aire montevideano y a nuestro cielo,  porque aquí el cielo es otro y a decir verdad,  una nunca se acostumbra al desarraigo.  Me alegró saber que tus padres no han bajado los brazos ni un solo día, que continúan luchando con los abogados, y moviendo  los hilos de la justicia para obtener tu libertad. 

    Laura, mi amor...miro al cielo con la esperanza de divisar una bandada de pájaros azules y alas tiernas que lleven mejores  pensamientos hasta dónde se encuentren y toquen a tu puerta.  Pájaros azules, nuevos colores. 

    Diego,  por momentos me broto de esperanza.  Rezo todas las noches por tu vida, y por el calor de nuestros cuerpos enlazados en un interminable abrazo antes de que sea demasiado tarde.

      Esta vez te hablo sin poder caminar.  Hace una eternidad que estoy de pie, quizá haya pasado un día o dos, o dos días y una noche, o dos noches y dos días, o simplemente un día y ninguna noche.  No lo sé porque aquí el tiempo pasa repentinamente de lo breve a lo extenso y de lo extenso a la brevedad más acuciante.  Estoy en un calabozo de un metro por un metro, en oscuridad total con pies atados y manos esposadas, sin agua ni comida.  Un milico me vigila por una rendija finita de la puerta.  Con ese hilo de luz, cuento que arriba hay  cincuenta y cuatro agujeros por los que pasa el mínimo de aire. No tengo casi fuerza para hablarte, ni para pensar.  No nos dejan pensar.  ¡Por favor, guardia, un sorbo de agua!     

       Querido, ¿cómo decirte que se me perdió lo más valioso de nuestras vidas? ¿Con qué palabras?  Hace dos días que “no respiro”, no duermo, no vivo.  Nanai, el parque, mis gritos, tus gritos, escucho tus alaridos buscándola. ¿Cómo puedo escucharte gritar? Mi nena dónde está,  secuestro, nuestra hija, me muero, te mueres, policía, no paro de gritar.  Mi nena, ¿Qué le han hecho? ¿Qué le han hecho?  ¿Dónde está?    

    “Preparáte, vas de paseo, no hables y no preguntes nada” Así sonó de autoritaria la voz de un guardia.  Con las manos esposadas y ojos vendados me condujeron a un auto junto con otros dos presos políticos.  En el trayecto pude reconocer por sus respiraciones y el carraspeo de gargantas, que se trataba de Beto y  Tulio. Hemos aprendido a reconocernos sin usar nuestras voces, agudizando otros sentidos, por el oído y hasta por el olfato.  Nos hicieron subir a una avioneta.  El temblor de los tres, sacudía el aire. No podíamos parar. Recé... Recé... Me despedí. El Beto no se controló y gritó   “¿A dónde nos llevan?”  “Al mar”  contestó una voz de ultratumba.    

     ¿Qué le han hecho? ¿Qué le han hecho? ¿Dónde está?  Diego, ¿dónde estás?

    Contraorden, volvimos al penal.  Desde el patio, el paisaje externo es siempre el mismo, un yermo de metal y rejas poblado de soldados, perros policía, garrotes y estrictos reglamentos. Lo único que podemos hacer es inventarnos la realidad. Nombramos lo que no existe para que comience a existir.  Me contaba “el Pato”, un preso común encargado de servirnos un agua sucia sobre la que flota un puñado de lentejas o un cucharón de polenta desabrida,   que lo que él hacía cuando supo que nació su hijo, era concentrarse en la meditación para salirse del cuerpo porque de esa forma podía atravesar la muralla y penetrar en su rancho todas las veces que quisiera para ver crecer a su niño.  Esta noche, en el dolor del silencio, lo intentaré.  Espérame amor, espérame hijita mía.   

     Hace más de tres años que no abro este cuaderno.   El sentimiento de pérdida y de culpa se mezclan en una mochila demasiado pesada de llevar.   Acordamos con tus padres cuando me dieron el alta en la clínica psiquiátrica que nada te dirían hasta que salieras en libertad para no agregar  sufrimiento a tu calvario. Sé que estás vivo, que has resistido y que las visitas fueron tan restringidas que apenas se han visto un par de veces en todo este tiempo.  Decías que valía la pena esta guerra por un mundo mejor y más justo, por una sociedad más equilibrada.  Te entiendo y sé que seguirás luchando por esos ideales.  ¿A dónde nos llevaron esos ideales?  Pagamos un precio demasiado alto. ¿Valió la pena?  Todavía no sabes que la hemos perdido...

     ¡Laurita, Laurita! Vino un guardia y me dijo: “Preparáte, agarrá rápido tu cosas que te vas”. “¿Me van a dejar libre?”  “Parece que sí,  falta un trámite en la fiscalía, luego volvés a recoger tus pertenencias y a tu casa”.
      Me he quedado sola.  Mi culpa, mi culpa, me muero. El parque, el parque.  Su muerte, mi muerte...  

    Grito una eufórica despedida  a los compañeros. Avanzo lentamente, aunque a punta de rifle me exigen apurarme. Intento ver rostros y manos que se agitan a través de las rejas. Alguien comienza a silbar.  Otro lo sigue y otro.  Silban una tonada que reconozco hasta que alguien se anima a deletrear la canción y muchos se unen a coro cantando bajito:

  “...si estamos lejos como un horizonte
  si allá quedaron árboles y cielo
  si cada noche es siempre alguna ausencia
  y cada despertar un desencuentro.

  Y con ellos canto:
 
...cantamos porque el río está sonando
y cuando suena el río / suena el río
cantamos porque el cruel no tiene nombre
y en cambio tiene nombre su destino.

Bajo las escaleras y camino rápido, lo más veloz que mis huesos me permiten, no sea que alguien de la contraorden.  El portón se abre, el sol me encandila y a lo lejos apenas distingo la silueta de mi madre.  Camino hacia ella, y mientras lo hago, temblando, declaro que amo las luchas que tuvimos, las derrotas y las pequeñas victorias. Declaro al viento, al Río da la Plata que  baña  nuestras costas y al Río de los Pájaros Pintados que nos bordea, al Cerro Catedral y al de las Ánimas, a la fertilidad de estas tierras y a la humedad de donde vengo:  Declaro a los secretos de la vida y de la muerte, al ondular de luz y de sombra, a todos los tiempos: al que se fue, al que vivimos, al que vendrá, declaro que te amo y que fui dejando de decirlo porque en mi pecho, se fueron anudando miedos, cuerpos torturados, gritos y noches silenciosas sobre baldosas tristes. 

    Ya no tengo motivo para permanecer aquí. Hoy empiezo a deshacer la casa para volver al Sur sin saber qué será de mi vida o de las nuestras si algún día te dan la libertad.  Porque fuimos derrotados, porque nunca seremos los mismos, porque ya no existimos. 
   
   Estoy a diez metros del portón, a diez metros de abrazar a mi madre.  Libre. Ya voy Laurita, en pocos días volaré al Norte. Iré a tu encuentro y al de mi querida niña con su túnica blanca y los bucles dorados.
Nanai, ¡Volaré...! y mientras las nombro, en  la inmensidad del universo, declaro que las amo.